Por lo general, dar un paseo por la historia permite encontrar un dato al que agarrarse, en esa última mano donde las cartas te entregan la partida. En el caso del Atlético, por ejemplo, que nunca ha dejado escapar una Liga llegando primero a esa jornada decisiva. Y no es una estadística irrelevante, ya que le ha ocurrido hasta en nueve ocasiones. Una de ellas, en de la temporada 1965/1966, frente al Real Madrid. Los dos ganaron sus partidos en aquel apretado epílogo. Sólo uno de sus 10 títulos llegó antes de tiempo.
Diego Pablo Simeone, que lleva toda una vida en el Atlético, vivió dos de esos finales. Del primero, como jugador, en 1996, sus compañeros le recuerdan porque no dejó dormir a nadie en el hotel. Llamaba a la puerta de cada habitación y se lo llevaban los demonios pensando que alguien fuera capaz de echarse la siesta con la que se avecinaba en el Vicente Calderón. En el segundo, con cuarenta y pocos años ya y las exigencias del banquillo, trató de concentrar todas sus fuerzas hasta desembocar en aquella tarde triunfal en el Camp Nou.
«A un partido todo es posible», apuntaba el técnico argentino. Una afirmación basada en la lógica, con la que tendrá que convivir en Valladolid durante 90 minutos apretados. Ya no habrá transistores, porque eso es de otra época. Pero sí habrá gente en la grada, como por ejemplo Milinko Pantic y Paulo Futre, embajadores de la Liga invitados para la ocasión y leyendas del club rojiblanco, que tendrán un ojo y una oreja pendiente de lo que acontezca (por si las moscas) a 200 kilómetros de allí, sobre el estadio Alfredo di Stéfano.